viernes, 12 de diciembre de 2014

Sobre el selfie del mono

David J. Slater es un fotógrafo que se dedica a recoger instantes de la naturaleza. Va con su equipo a lugares remotos y retrata animales, plantas, paisajes... Pero resulta que un día olvida la cámara, y aparecen unos monos que por azar o por vaya usted a saber qué razón, aprietan el botón del obturador y se hacen un autorretrato, o como se dice en estos tiempos de colonización cultural, un selfie.
El fotógrafo vuelve a por su cámara y al comprobar que todo está bien descubre que hay más fotos de las que él hizo. La historia tiene gracia, y él lo sabe, y como en periodismo la noticia no es que un perro haya mordido a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro, Slater corre a contarlo a todo el mundo. La noticia sale por todos los lados, comentada en telediarios, periódicos, blogs, tuits... La noticia claro, no es la calidad de la foto, sino la gracia de que el mono se haya hecho un selfie, ahora que está de moda.
Slater, que no es tonto, publica en su web todo tipo de merchandising. Le puedes comprar al mono incluso en un lienzo para decorar tu casa (aquí lo puedes ver).
Los más listos del barrio, que son Wikimedia, cogen la foto y la publican. Y la ofrecen contando la historia: que es una foto obra de un mono, por tanto, no reune los requisitos que la mayoría de las legislaciones de propiedad intelectual afirman, es decir, la autoría humana. No se reconocen como tales las obras producidas por la naturaleza, las plantas o los animales.
Claro, Slater, que tiene ya preparados los lienzos y las camisetas, se mosquea y denuncia a Wikimedia. Un tribunal de Estados Unidos da la razón a Wikimedia, y niega la autoría de Slater.
Aún así Slater sigue persiguiendo a todo el que publique la foto del mono como le acaba de suceder a Public Knowledge.
Nuestra legislación es clara. El artículo 10 de la Ley de Propiedad Intelectual Española afirma que para que una obra sea considerada como objeto de derechos de propiedad intelectual debe reunir tres criterios: originalidad, manifestación y obra humana. El selfie del mono le falta una, luego no se consideraría como tal.
Ahora bien, creo que Slater erró en la argumentación. Por un lado él sabía que obtendría un eco mundial contando la historia de que la foto es un selfie de un mono, pero eso le cierra la puerta a la autoría sobre la foto. Qué elegir? Pero quizá Slater tendría que haber tomado dos vías:

  1. solicitar el reconocimiento de sus derechos sobre la fotografía como editor o productor (por la vía de la analogía de los derechos reconocidos al productor audiovisual, aunque un poco por los pelos). Así se le reconocerían derechos de explotación. Si bien esta vía tiene un peligro: la obra no tiene la consideración como tal de origen, luego ¿eso lleva a considerarla como de dominio público? 
  2. otra vía quizá más adecuada, aunque a todo pasado, sería haber modificado la foto del mono lo suficiente para que su modificación fuera original y expresara su personalidad como autor. Es decir, haber puesto un filtro a la foto, o recortarla, o cualquier modificación que hacen los editores de fotografía. Así se habría convertido en autor. 
El caso es casi de laboratorio. 

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Patricio Pron sobre el canon por préstamo en las Bibliotecas

Patricio Pron publicó en El País el artículo titulado "Literatura del absurdo", en el que brevemente apunta algunos argumentos contra el canon a las Bibliotecas por préstamo de obras. 
Parte de la deuda que tiene él mismo como escritor con las Bibliotecas. Y desde ahí subraya que son fundamentales para el fomento de la creatividad y de la diversidad.
En resumen Pron apunta que: 
- Este canon supondría perder otro derecho
- Supondrá alentar (aún más) a la piratería
- Significará un obstáculo más al acceso a los libros, ya dificultado de por sí por una industria editorial a menudo carente de orientación

Y además el texto contiene una frase para enmarcar: 
A menudo se habla de la literatura como patrimonio común y de la necesidad de que éste sea accesible de forma gratuita en la Red, pero no hay nada gratuito en Internet, cuyo uso supone simplemente un desplazamiento del derecho de explotación de los productos culturales de manos de sus productores a las de las compañías telefónicas.